El momento del cambio

08/09/2019 Desactivado Por admin

Estaba junto a la torre de Guzman, observando a las personas que paseaban por la calle. Septiembre acababa caluroso, pero había ya poco turista por el pueblo. Vi a una joven pareja, agarrados de la mano, mirándose entre risas con las mejillas encendidas. Noté que algo tiraba de mi interior, cerré los ojos un instante, evitando el llanto, y decidí que debía moverme.

Anduve con paso seguro por aquella cuesta abajo, decidida a ir no sabía dónde. Aflojé la marcha cuando llegué al borde de la acera, imaginando las mil aventuras que podrían vivirse en un pueblo de la costa, de vacaciones, sin prejuicios ni vergüenza. Yo quería ser una más, perdida en un lugar donde nadie me conociera, quizás siendo otra persona.

Crucé la carretera hasta llegar al camino de tablas que me llevaría hasta la playa de los Bateles. Deambulé por la pasarela perdida en mis pensamientos, con aquel vacío horadando mi pecho, con aquella acuciante necesidad que no terminaba de comprender.

Días antes me encontraba en casa, preparando la maleta, pensando que aquello que me ocurría era que necesitaba huir, irme de allí, cambiar de aires. Siempre hacía lo mismo, cuando me sentía agobiada cogía unas cuantas cosas y me marchaba a Conil, cerca del mar y de algunas amigas de la infancia siempre me sentía mejor. Solía ir tanto que incluso me había comprado una casa allí.

Llevaba horas dando vueltas por el pueblo, intentando decidir qué hacer, cómo hacerlo. Hacía meses que me sentía fuera de lugar, una desconocida para mí misma.

Me descalcé al llegar a la arena, recordé las dunas de más al sur, en Bolonia, las voces que se mezclaban con el rugido del mar.

Comencé a notar que mis cansados pies se hundían levemente en la arena mojada, el murmullo del mar, casi en calma, llegaba a mis oídos como un impaciente susurro que me llamaba.

Cerré los ojos mientras suspiraba, imaginando que las olas intentaban llegar hasta mí y en su camino terminaban fundiéndose con la arena, entrando en ella, inundándola. Giré la cabeza de pronto como si alguien me estuviera llamando, pero no había nadie, tan sólo las huellas de mis pies. Sonreí casi a punto de llorar. Cada una de esas huellas se me antojaba una historia, mis historias. La más cercana a mí me hablaba de la decepción, del abandono, de la ira.

Fui repasando rápidamente aquellos momentos que se marcaban cerca de la orilla, temiendo que el mar, aliándose a mi dolor, las borrara.

Las lágrimas insistían en escapar de mis ojos, mientras mi vista se clavaba en la huella más cercana a mí. Aún podía notar el sabor agridulce de aquel último beso en mis labios, le perdía, sabía que le perdía y no podía más que resignarme. Nunca había vibrado mi cuerpo como lo hizo en aquella ocasión, nunca pensé que un beso pudiera generar tantos sentimientos encontrados; le odiaba, en aquel momento odiaba a aquel hombre como jamás había odiado a nadie, mis ojos se abrían rebelándose ante lo que se agitaba en mi corazón y un segundo después se cerraban cobardes, mientras mis brazos rodeaban su torso y mi mente buscaba la manera de retenerle a mi lado, porque le amaba, más de lo que nunca había amado a nadie.

Noté que mi corazón se aceleraba con aquellos recuerdos tan recientes, tan dolorosos aún, y levanté la cara hacia el sol, necesitaba olvidar, sacar todo aquello de mí, pero ¿cómo hacerlo?.
La brisa se empeñaba en revolver mi pelo, que insistentemente acariciaba mi cara, me estremecía recordando sus caricias… aún podía notar sus manos sobre mi cuerpo, sus labios besando mi piel… no podía, tenía que sacarlo de mí, no merecía la pena volver a llorar por él, así que bajé la vista de nuevo y me centré en la siguiente huella.

A mi mente llegó un recuerdo claro, con fuerza, en mi interior resonaron aquellas risas de nuevo, fueron unas vacaciones perfectas.

Vagué por mis recuerdos, saltando de uno a otro sin orden alguno, no me daba cuenta de que el día acababa. Acusé el frío y entonces noté la falta de luz, el sol se escondía ya tras el horizonte. Mi boca se estiró en un intento de sonrisa al observar las doradas crestas de las olas. Lo hice sin pensar, necesitaba ser otra persona en aquel momento, dejar de ser yo, olvidar el dolor que invadía mi corazón. Una enorme sonrisa inundó mi cara, ¿por qué no?, me pregunté a mi misma, y poco a poco fui despojándome de toda mi ropa; de vez en cuando pensaba en la locura que estaba a punto de cometer, pero desechaba el pensamiento. Una ola llegó hasta mis pies y borró todas mis huellas.

Solté los corchetes de mi sujetador, hice resbalar las tirantas por mis brazos y lo dejé caer sobre la arena, introduje los dedos pulgares tras la gomilla del borde de mis braguitas colocándolas en su sitio, preparándome, lancé un deseo al universo, a Dios, en aquel momento me era indiferente, y a la carrera recorrí los pocos metros que me separaban del agua.

El mar me recibió con dulzura, como si me esperara, mis pies se clavaban en la arena mientras el agua comenzaba a rodear mis piernas, una enorme ola se acercaba a mí y no lo pensé, cogí impulso y me zambullí en ella de cabeza.

El agua estaba menos fría de lo que yo pensaba, buceé hasta que sentí los pulmones a punto de explotar, salí a la superficie cogiendo una gran bocanada de aire y sonreí. Me sentía liberada, deseé convertirme en sirena y desaparecer, ser una con el mar, volverme mar.

Me tumbé boca arriba sobre el agua, abrí mis brazos y me dejé mecer por las olas. Necesitaba que mi vida cambiara, estaba claro que no podía continuar así, necesitaba olvidar, dejar de amar y de sufrir, recordar sin que doliera. Necesitaba volver a sentirme yo misma.

Cerré los ojos y me dejé llevar por mi respiración, me sentía tranquila, dispuesta a aceptar lo que la vida tuviera que ofrecerme. Era el momento, justo aquel era el momento, debía serlo. Suspiré y me incorporé, era hora de volver a casa, la oscuridad acechaba desde el cielo.

Nadé hasta que noté que la profundidad era la adecuada para caminar, avancé con pasos firmes, abriéndome paso hasta la orilla. Ni siquiera notaba el frío, me sentía fuerte, completa, decidida. Aquel era el momento, mi vida era mía y era mi responsabilidad hacer que fuera la mejor vida que pudiera conseguir.

Me puse la ropa sin prisas, como si fuera una calida noche de verano, y después me dirigí hacia el paseo.

Notaba mis acelerados latidos, presos de la emoción del cambio, de la esperanza. Todo acaba, un día te levantas y ya no notas el amor o el dolor. Todo cambia, todo avanza.

Me dirigía a mi casa… mi mente recalcó el MI, poniéndolo en mayúsculas, en unos días iría a MI trabajo, hablaría con MIS amigas y MI familia… yo lo tenía todo y un hombre que no me amaba no se merecía que me olvidara de todo eso que cada día hacía mi vida. Sabía que aún me quedaba un largo camino por recorrer, aún quedaban días en los que le amaría, en los que le odiaría, pero tenía claro que una mañana despertaría y todo sería como las huellas que el mar había borrado un rato antes. Y ese día comenzaría una vida nueva y diferente para mí, estaba segura.

Alcé la vista hacia el frente, me encantaba aquel lugar, allí siempre me sentía libre. Aquel era mi trocito de paraíso, mi otro hogar.

Aquel vacío en mí sólo era lo que el hombre se había llevado, la necesidad que apremiaba en mi interior era la necesidad de olvidar, aprender y avanzar. En silencio lancé una tímida plegaria; mis lágrimas ya no eran amargas, estaban llenas de futuro y esperanza.

Llevaba mucho tiempo triste y apática, sintiéndome abandonada, vencida. Eso era lo que debía cambiar, ese era mi momento, el momento del cambio.

Descalza, con los pies llenos de arena, me dirigí a casa, oí que algo se rompía dentro de mí y sonreí, como si lo que se había roto hubiera liberado felicidad, una felicidad distinta.

A pesar de lo que vivamos, cuando la vida sigue hay que vivirla. Lo vi claro, mi presente se había convertido en un libro de inmaculadas páginas en blanco que yo debía ir rellenando y estaba dispuesta a hacerlo.

Miré hacia atrás, buscando el mar con la mirada, y me prometí a mi misma que vencería a todos mis fantasmas y daría otra oportunidad al amor. Sonreí con la certeza de que algún día alguien me amaría como yo merecía y que yo volvería a amar con más fuerza que nunca.