El inicio del fin

08/09/2019 Desactivado Por admin

Las sensaciones son increíbles, hacía apenas cuatro años que me había casado y parecíamos viejos conviviendo en una casa llena de trastos, con los corazones vacíos. Y es que a veces encontramos un amor que resulta tener fecha de caducidad, pese a que en un principio no lo imaginemos.

Crees tener la vida perfecta, que la compartes con la persona correcta y poco a poco te vas dando cuenta de que la llama se ha ido apagando, pero no lo quieres ver. El tiempo pasa y llega un momento en el que te conformas con los rescoldos, pensando que sólo hace falta un soplo para que el fuego prenda de nuevo… hasta que un día te encuentras rebuscando entre recuerdos carbonizados que ya ni humean. En ese momento algo se rompe dentro de ti, haciéndote recordar que eso que sentías y ya no está era la mitad de un amor, que en ese juego aún hay otro jugador.

Comienzas a sentirte culpable, entiendes que tu pareja aún te quiere y si tú ya no sientes lo mismo tienes que hacer algo que no quieres hacer, que no le quieras no significa que no le aprecies, pero aún así has de romperle el corazón.

Dudas, quizás no sea falta de amor, tal vez sólo sea que la monotonía se hace pesada, puede que estés siendo egoísta o que la cosa no vaya tan mal como tú lo ves. ¿Y si es una etapa personal que no está directamente relacionada con él? ¿Y si le dejas y después te das cuenta de que has hecho la tonta porque le quieres? ¿Y si eso ocurre y él ya no quiere volver?

Pero un día te despiertas y lo ves claro, ya no le deseas, ya no te apetece estar con él a todas horas, ya no le ves en tu futuro. Y entonces la culpabilidad vuelve a ti, porque tienes que hacer daño y no quieres, porque todos los años que habéis pasado juntos se acaban por tu culpa. Sí, eres la culpable y tienes que enfrentar la situación… ¿Cómo? Como puedas.

Siempre hay una amiga a la que contarlo todo, una que te conoce y a la que conoces mejor que nadie. Esa que incluso ya sabes lo que te va a decir: Amiga, si no le quieres déjale, mientras antes mejor.

Un día quedas con ella para tomar café y la conversación te parece un déjà vu, tú le dices justo lo que tenías planeado contarle y ella te responde justo lo que tú te habías imaginado.

Llegas a casa ese día y al mirar a tu marido lo tienes claro. Entonces te armas de valor y te plantas delante de esa persona, intentas sonreír y le miras a los ojos. En un segundo toda tu vida junto a él pasa como en oníricos fotogramas en un hueco que se abre entre la parte trasera de tus ojos y tu cerebro, como si buscaras desesperada la razón por la que decidiste compartir tu vida con ese ser… y no encuentras nada y las palabras se atascan en tu garganta y quieres gritar y decides dejarte llevar agobiada y que sea lo que tenga que ser y entonces te escuchas decir: ¿Qué cenamos hoy?. Cuando terminas de hablar no puedes creerte haber dicho eso, la frase correcta era: “Cariño tenemos un problema, creo que no te quiero”, pero has preguntado por la cena, como si por la hora fuese lo normal. Una amplia sonrisa inunda tu cara mientras por dentro te preguntas qué ha pasado.

Después haces alguna tarea doméstica, aunque sea una que ya está hecha, vas a la cocina y preparas la cena mientras él pone la mesa, te sientas, cenas, recogéis, te sientas un rato a su lado a ver la tele… todo como si no fueras tú quien lo hace, como si tu cuerpo no te perteneciera.

Te sientes ruin y cobarde, fingiendo que no ocurre nada cuando ocurre, está pasando, en ese momento sentada a su lado. Él, que no sabe nada, pone su mano en tu pierna y tú te estremeces, no porque de pronto el deseo invade tu cuerpo, si no porque no te mereces ese contacto, ni lo deseas, y es la forma que encuentras de repelerlo. Te preguntas interiormente por qué ya no le deseas, sigue siendo el mismo, físicamente no ha cambiado; Sus ojos son los mismos en los que te perdías emocionada, sus labios los mismos que besabas cada vez que te apetecía, su cuerpo el mismo que te encendía, el mismo que poseías ansiosa.

Vuelves a dudar, vuelven a caer sobre ti todos esos inconvenientes que la vida te plantea, quizás tu libido anda por los suelos, el trabajo, las facturas… intentas poner en pie que ha ido sucediendo a lo largo del tiempo, qué cosas han sido buenas, cuales han sido malas, qué te has callado, qué has dicho de más.

A ratos estás decidida, hay que acabar con la relación. A ratos no estás tan convencida de que sea lo más adecuado. Llevas días dándole vueltas, intentando decidir. Creías, un rato antes, que era el momento y no lo era…

Hay un momento en el que estás tan perdida que ni recuerdas qué había en la tele, te centras intentando dejar a un lado todos esos pensamientos aturullados en tu mente. Una peli, eso es, te centras en la peli y te olvidas de todo, aunque aún queda algo de fondo que no se va por más que lo intentes.

Llega la hora de ir a la cama y te sorprendes quedándote desnuda, buscando con las manos el cuerpo de ese que es tu compañero, intentando que tus labios ardan ansiando un beso… estás deseando descubrir que eso que lleva todo el día rondándote la mente es sólo un bajón, un momento de duda, una consecuencia de la rutina… pero te encuentras con un rápido encuentro sexual poco satisfactorio, un seco cruce de “te quieros” y, lo peor, dices buenas noches y le das la espalda. Ahí te das cuenta de las noches que hace que duermes de espaldas a él y él de espaldas a ti.

El interior de tu cabeza parece una batidora de vaso llena de ingredientes que ni reconoces, dando vueltas sin parar. Un rato después entiendes que no vas a sacar nada en claro y decides intentar dormir, pero sólo lo intentas; cuando ves la luz del día entrar por las rendijas de las persianas sabes que esa ha sido la primera noche en vela de muchas. Y el sinsentido se instala en vuestras vidas.