La voz del recuerdo

07/09/2019 Desactivado Por admin

Capítulo 1

La boca le sabía a óxido, tenía la sensación de que se había pasado el tiempo lamiendo metal. Intentó abrir los ojos, pero sus párpados pesaban toneladas. Oía un pitido a lo lejos, eso no era nuevo, aunque sí diferente, sonaba de otra manera, más suave, parecía que aquellas señales estaban más distanciadas que las que recordaba.

Movió la boca, saboreando aquel regusto a hierro viejo, se sentía seca, como si llevara horas sin beber, bajo el sol. Intentó mover su cuerpo, pero no le respondía. De pronto su mente comenzó a dar vueltas y se sintió tremendamente cansada. Algo en su interior se resistía a dormirse, un momento después se quedó dormida, no pudo evitarlo.

Marta, una enfermera de unos treinta años se acercó a ella, puso un termómetro bajo su brazo y miró las máquinas, puntando los resultados en su informe. La observó con tristeza mientras esperaba el tiempo necesario para que el termómetro le indicara la temperatura. Sentía lástima por aquella pobre chica, no sabía de donde había salido, si había sido un intento de suicidio, un accidente o cualquier otra cosa. Aquella joven misteriosa, sin identificar, tenía la cabeza totalmente rapada, había llegado semi desnuda y sucia al hospital, acompañada de la policía, y su cuerpo estaba lleno de marcas y heridas. Tenía la cara un poco hinchada, pero parecía guapa, no era una súper modelo, pero no estaba mal. En aquel momento al menos estaba limpia, tal vez en un par de días la hinchazón de su cara bajara. Marta miró el reloj de su muñeca, suspiró y cogió el termómetro. No tenía fiebre, eso era bueno. Aquella chica les estaba dando mucho trabajo, el doctor Fernández había dado orden de tomarle la temperatura cada hora y controlar sus constantes vitales. ¿De donde habría salido?, si por cualquier motivo las máquinas que tenía conectadas generaban una alarma, debían dejarlo todo y atenderla. Prioridad absoluta, sobre todos los pacientes. El doctor llevaba un día y medio sin descansar, desde que ella había llegado él apenas se había movido de esa habitación. La observaba preocupado, como si algo malo pudiera pasarle en cualquier momento. Lo anotó todo en el informe, indicó la hora y lo dejó colgado a los pies de la cama. Suspiró al echarle el último vistazo y salió de aquella fría y lúgubre habitación. En realidad no comprendía por qué, siendo un hospital público, aquella chica disfrutaba de una habitación para ella sola, hasta habían sacado la cama de al lado. ¿Quién sería? ¿Por qué se tomaban tantas molestias con ella? ¿A qué venía que tuvieran que atenderla con guantes y mascarilla? Lo normal era que si se sospechaba que tenía algo contagioso la metieran en una habitación de aislamiento, pero no en una cualquiera.

A las nueve de la noche volvió a espabilarse. El sabor a oxido continuaba en su boca y notaba la lengua pegada al paladar. Sin abrir los ojos intentó hablar.

  • Agua – pidió, pero ni ella misma había logrado escucharse.

Debía hacer algo más. Tenía que usar su mente, tenía que pensar. La cabeza seguía dándole vueltas, intentó concentrarse. Notó el colchón bajo su cuerpo y el peso de las mantas sobre ella, dándole calor. Tenía las piernas entumecidas y no se notaba los brazos. Debía abrir los ojos, ver donde estaba. Entreabrió los parpados y una brillante luz la obligó a cerrarlos de nuevo. “Poco a poco” pensó. Muy lentamente fue abriendo los ojos, acomodándolos a aquella luz, ¿Por qué había tanta luz?. Lo recordaba, recordaba la luz. Movió la cabeza lentamente en dirección a los pitidos y vio una extraña máquina, aquello era su corazón. Recordaba una máquina similar, aunque tenía la sensación de que no era la misma. Miró a su alrededor. A su izquierda había una pared ciega, aunque al final parecía haber un pasillo; frente a ella, en dirección a sus pies había otra pared y a su derecha una pared con dos ventanas, una junto a la otra. Levantó un poco la cabeza. Acababan de entrar dos hombres, hablando. Uno vestía como si fuera médico, el otro, un hombre grande, negro y vestido de calle, hablaba gesticulando al supuesto médico. Sentía como su garganta quemaba de la sequedad, tal vez aquel médico le diera agua. Una fuerte punzada en su hombro derecho la terminó de despertar. Intentó mover su brazo izquierdo para tocarse el hombro pero no podía. Volvió a mirar a su alrededor, parecía estar en una habitación de hospital, de ahí el médico. Después miró su mano izquierda, estaba sujeta a la cama por unas esposas. De pronto algo se disparó en su mente ¿Qué había pasado? ¿Estaba detenida? ¿Por qué la ataban a la cama?. La maquina comenzó a pitar desesperadamente mientras ella sentía como sus ojos se abrían como platos y su corazón parecía saltar dentro de su pecho. Comenzó a moverse instintivamente, agitando su cuerpo como si le estuvieran dando convulsiones, intentando zafarse de aquellas esposas. El médico tardó segundos en estar a su lado. Ella le miró asustada.

El doctor Fernández la sujetaba contra el colchón, apoyando sus manos en sus hombros. Un fuerte dolor contrajo el rostro de aquella chica cuando él la empujó y entonces él recordó que la chica tenía una herida en el hombro.

  • Tranquila, estás bien. No te preocupes, estás a salvo. Mírame, soy el doctor Fernández. Estás en el hospital, nadie te hará daño. Vamos, tranquila, si no te relajas un poco tendré que ponerte un tranquilizante.

Pero aquella chica seguía luchando, su cara pasó del miedo a la furia en tan sólo un momento. Le miró como si le odiara. Ella miró a su izquierda cuando Marta entró.

  • ¿Qué le traigo doctor?.
  • Diazepam, pínchalo en la vía.

La chica les miró gruñendo, no quería un tranquilizante, lo único que quería era que la soltaran y le dieran agua, ¿es que no podían entenderlo? ¿Por qué intentaba hablar y no podía?. Al momento el doctor sujetaba su brazo derecho y la enfermera introducía la aguja de la jeringuilla en su vía. Lentamente fue notando como su estado pasaba a ser más relajado, hasta que volvió a dormirse.

De pronto aspiró profundamente por la boca y abrió los ojos. Una horrible pesadilla la había despertado. Miró a su derecha y una enfermera, que le daba la espalda, anotaba algo en un papel. Recordó el pasado episodio, en el que su estado de nervios sólo la condujo a otro temido sueño. Tiró un poco de su mano izquierda, aún continuaba atada. Cerró los ojos e intentó tranquilizarse. Obvió el dolor de su hombro derecho cuando movió el brazo para llamar a la enfermera, continuaba sin poder hablar y notaba los labios agrietados. Apretó los parpados soportando el dolor y movió el brazo hasta que su mano pudo asirse a la bata de aquella chica, que se volvió asustada. Ella dejó caer su brazo cuando notó que ya había llamado su atención y suspiró. Las lágrimas resbalaron desde la comisura de sus ojos y un lamento se ahogó en su atochada boca. Intentó hablar y miró a la enfermera con la ansiedad pintada en sus ojos. Marta entendió que algo quería.

  • Ahora mismo llamo al doctor – dijo mientras aquella chica negaba con la cabeza.

A pesar de todo salió. La paciente se maldijo mentalmente por su mala suerte. ¿Que le pasaba en la boca? ¿Tal vez no podía hablar por la sequedad? ¿Tal vez le había pasado algo en el cuello? No entendía nada y mientras más tiempo permanecía despierta más dudas la asaltaban.

Unos minutos después el mismo médico se acercaba a ella, con una sonrisa en los labios.

  • ¿Estás más tranquila ya?. Veo que si.

El doctor revisó las maquinas, puso su brazo de nuevo en la cama y destapó la herida del hombro, que sangraba de nuevo.

  • No deberías haber movido el brazo, ahora la herida te sangra, ahora mismo aviso a una enfermera para que te cure.

Sentía como el tranquilizante continuaba haciéndole efecto. Tenía que hacer algo para pedir agua, se desesperaba por algo de agua. Sabía que los sonidos no salían de su garganta, pero si podía mover sus labios. Articuló su boca, formando con sus quebrados labios la palabra agua. Aquel hombre la entendió. De pronto sonrió y ella se sintió más tranquila.

  • ¿Quieres agua? Ahora mismo la traen. Vamos a tener que hacer algo con tus labios, deberían haberlo tenido en cuenta. No te preocupes, cuidaremos de ti.

Cinco minutos después, con aquel hombre sentado a los pies de su cama, llegó de nuevo la enfermera. Primero le curó la herida del hombro y después levantó la cama un poco para incorporarla y ayudarla a beber. Ella apoyó los labios en el vaso  y bebió ávidamente.

  • Tranquila – le dijo la enfermera – poco a poco.

Lentamente fue bebiéndose toda el agua. Al terminar les miró satisfecha. La enfermera le puso un poco de alguna crema en los labios y ella le miró con un interrogante en la mirada.

  • No te preocupes, sólo es un poco de crema hidratante y vaselina, hará que estén mejor.

Ella reposó su cabeza en la almohada e intentó aclarar su garganta. Se armó de paciencia. Notó dolor cuando pronunció su primera sílaba.

  • ¿Don… ¿Dónde estoy? – dijo al fin, con el rostro compungido de dolor.
  • Estás en el hospital Virgen del Rocío. Llevas aquí dos días. ¿Cómo te llamas?
  • No lo sé – dijo ella tras pensar unos segundos – ¿Por qué estoy aquí?
  • Te encontraron tirada en el arcén de la autovía de Málaga, a unos veinte kilómetros de aquí. Antes de ayer a mediodía. Estás bien, llegaste desmayada, deshidratada y con una fea herida en el hombro derecho, entre otras, pero por lo demás estás bien. ¿Recuerdas algo?
  • No.
  • Bueno, imagino que necesitas tiempo. En cuanto el agente Abdul llegue y hable contigo un rato te llevaremos a hacerte algunas pruebas más. Ahora descansa.
  • Pero…
  • No debes preocuparte de nada.
  • Ustedes cuidarán de mí.
  • Exacto.

Cerró los ojos y descansó. Oía como la gente iba y venía por el pasillo, habían dejado su puerta abierta. Las enfermeras se saludaban al cruzarse y a veces oía la voz de un hombre dar los buenos días. ¿Estaría aquel médico apostado en su puerta? Pero no era él, no era la misma voz. De pronto, en aquel momento, notó que se sentía extrañamente aliviada. Cerró los ojos e intentó recordar algo. Media hora después alguien le hablaba suave, casi pegado a su oído. Era una voz varonil. Abrió los ojos y se asustó al verlo tan cerca. Era el mismo hombre del despertar anterior, el que hablaba con el médico. Aquel señor le sonrió y por alguna extraña razón pensó que podía confiar en él.

…/…

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