Un último intento

08/09/2019 Desactivado Por admin

Un último intento, me dije, quizás merezca la pena. La humillación de un último te quiero gritando en su silencio, cuando todo está acabado; la sensación de la locura del sentimiento, que desesperado busca un sólo motivo para seguir existiendo. Ningún otro es lo bastante bueno, pensé, ninguno se merece el amor que siento, sólo él. Eso era lo que decía mi corazón, mi mente buscaba incansable la vida en otros ojos, el cariño en otras sonrisas. Porque mi amor moría…

Un último intento, el definitivo tal vez, una última bocanada de su aire, un último latido por él… que nadie pueda decir que no lo intenté, que no pueda reprocharme a mí misma, con el paso del tiempo, que no le quise bien.

Y después… la violencia de la razón contra la emoción, enfrentándose despiadados, con el olvido ganando terreno a veces, con el amor herido, intentando conquistar el momento.

El sinsentido de lo que no termina de concluir me abruma, en un final que se demora en el tiempo, empeñado en dividirme cuando intento alzarme en la fuerza del futuro, en la convicción de que algo mejor llegará a mi vida y volverá a cambiarlo todo.

Se me escapan de las manos las caricias que me muero por darle y las siento inútiles, agarradas a una esperanza irreflexiva y terca. Noto un huracán en el pecho que va arrasando de mí el miedo, la duda, la desconfianza, el dolor, la rabia… y las mezcla con el cariño, la ternura, los sueños… Como si fuera un animal salvaje en mi garganta se gesta un rugido, como una bomba que nace en lo más profundo de mí, deseando explotar y acabar con todo.

Me sobran la piel, la carne, los huesos, todo me sobra porque así no quiero ser yo, me sobro hasta yo misma. Distraigo la mente con otros asuntos de mi vida, cuando lo único que quiero es materializar el sentimiento y poder arrancarlo de mí, como si fuera una pieza de más que sólo estorba.

Cada vez que cierro los ojos me invade el deseo de volver a abrirlos y no recordar nada, no sentir nada, no esperar nada. Me impaciento cada día, ¿Cuánto se tarda en dejar de querer a alguien? ¿Cuándo deja de importarte? ¿Cuándo eres capaz, realmente, de dar la misma oportunidad a otra persona? ¿Cuándo dejará que le olvide? Y entonces mil preguntas más surgen en el aire, coloreando de gris el día, con una destacando sobre las demás como si fuese un letrero luminoso, parpadeante, preguntando una y otra vez ¿Por qué he de amarle así si él no me ama?

Hay días en los que caigo de rodillas, entre lágrimas, rindiéndome al sentimiento, deseándole en la angustia de la soledad. Hay días en los que me levanto orgullosa, cogiendo aire con fuerza, decidiendo que es el último día. Hay días… en una espiral sin fin en la que a veces me asesino, en la que a veces renazco, hasta dejarme sin fuerzas, perdida en mi propia oscuridad, ocultando la tormenta interior con una sonrisa, anhelando que esa mueca que se forma en mi rostro se convierta en una verdad.

Me encuentro sola en el campo de batalla, luchando contra fantasmas que se parecen a mí, que son yo, en los que sólo cambia el gesto de sus tenebrosas caras. Fantasmas que terminan inmolándose porque yo no soy capaz de acabar con ellos, que resurgen con los rescoldos que la actitud del hombre se empeña en mantener con sus reproches y sus miserias.

Todo acaba y vuelve a empezar, me siento impotente ante mi propio yo, intentando comprenderme, cansada de mí misma. Todo se va y vuelve, atándome, liberándome, y no soy capaz de hacer que acabe, no encuentro el momento de cortar la cuerda y volar, aún sabiendo que será lo mejor para ambos. Todavía no soy capaz, pero algún día me perdonaré por esto y la vida… vivirá de nuevo.