Capítulo 1
Enzo esperaba a Isabel mientras terminaba algunas cosas, miraba hacia la pantalla de su ordenador sin terminar de entender lo que estaba viendo, se sintió incapaz de concentrarse y suspiró echándose hacia atrás en la silla de oficina.
Encogió la cara al notar la tensión en los hombros, estiró los músculos cuanto pudo, manteniendo la postura unos segundos, e intentó relajarse. Miró de nuevo hacia la pantalla del ordenador, pero al momento la desvió hacia su derecha y se fijó en el móvil que descansaba en un soporte. Alargó su brazo para activarlo y al momento pudo ver el salvapantallas. Sonrió levemente y volvió a suspirar, llevaba todo el día suspirando.
La imagen de una catarata amenazaba con ocultarse tras el tiempo de inactividad del teléfono, Enzo la miraba con los ojos brillantes, aquel día, el día que fueron a aquella catarata lo había cambiado todo para él, por eso la había puesto de salvapantallas, porque aquel momento le recordaba quién quería ser, cómo quería ser.
La frase que, en su recuerdo, acompañaba a la imagen, se repetía en su cabeza y la repitió hasta sentirse mareado.
- Te quiero Enzo, me da igual que te comportes como una estatua de piedra, que estés resentido y cabreado. En momentos como este siento que mi corazón está a punto de explotar de felicidad porque estás a mi lado. Te quiero a ti, tal como eres, y no me importa que tú no me quieras.
Jamás, persona alguna, había sido tan sincera con él. Recordó el instante después, no dijo nada, guardó el móvil y le abrazó.
Intentaba volver a sonreír cuando alguien llamó a la puerta y le devolvió al presente.
Aquel recuerdo había llegado hasta él en ese preciso instante porque sentía que se perdía otra vez, que su corazón se llenaba de reproches y dudas, que sentía de nuevo la necesidad de alejarse de todo y respirar tranquilo, solo, olvidándose de las emociones que le hacían humano para convertirse en algo a medio camino entre un animal y un vegetal, repitiendo una y otra vez las mismas acciones mecánicas vitales, dejando atrás el resto del mundo.
La cabaña en la sierra le llamaba desde la distancia y oía su nombre cada vez más alto.
Dio paso a quien llamaba a su puerta, recomponiéndose, e intentó centrarse.
En cuanto Isabel le miró supo que algo pasaba, tomó asiento frente a él y dejó su tablet sobre la mesa.
- Hola guapa, ¿quieres tomar algo?
- Hola, ahora no gracias, más tarde pedimos unos refrescos si vemos que tardamos mucho.
- Perfecto.
- ¿Qué te pasa? – preguntó la mujer intentando no darle opción a hablar de trabajo.
- Nada, me he acordado del día que fuimos al nacimiento del río.
- Esta historia con Leví ya está durando mucho tiempo, tienes que hablar con él ¿Desde cuándo no habláis?
- Desde hace dos meses.
- Hace ya casi un año de todo esto y a él también le está afectando.
- Yo no tengo la culpa de que se comporte como un niñato de veinte años.
- No, no la tienes, se comporta así porque es bastante infantil, pero lo hace para llamar tu atención Enzo. Se equivocó, se merece otra oportunidad.
- Creo que me conoces tanto como Adán como para pensar…
- Por eso te lo digo cielo, hace veinte años que te conozco, no es la primera vez que pasamos por esto y sabes que esta vez es diferente.
- No puedo Isa, bastaba con contármelo, debió confiar en mí y no hacerlo todo a mis espaldas, mintiendo y escondiéndose, ni siquiera se disculpó.
- Pero se arrepiente, a veces las personas necesitamos un toque de atención o una dosis de realidad para reaccionar. Además ya estoy cansada de que me llame cada dos por tres para preguntarme, está desesperado y al final hará otra tontería.
Enzo cerró los ojos y expulsó todo el aire de sus pulmones de golpe, él también estaba cansado de la situación y de los mensajes que Leví le enviaba.
- Prometo que lo pensaré, pero primero tengo temas laborales que tratar contigo – dijo Enzo cediendo un poco.
- Las opciones que me diste no me gustan, tendremos que buscar a otra persona.
- ¿Tan mal están?
- No es que estén mal, pero no se ajustan del todo a lo que necesitamos.
- Quizás tengamos que pensar en bajar un poco el nivel.
- Lo tengo en cuenta, pero prefiero tomarme tiempo en encontrar a alguien más adecuado. Si me dais seis meses seguro que encuentro algo.
- Está bien, te llamo si encuentro a alguien.
- La psicóloga me está haciendo un formulario para que lo rellenen los candidatos y poder hacer un perfil, tanto profesional como personal.
- Mientras todo quede dentro de los dos años, no hay problema.
- Espero que salga bien, tengo ganas de hacer un cambio ya.
- Tranquila, no te impacientes o será peor. Todo saldrá bien, cuando todo esto acabe y podamos estar tranquilos nos iremos de viaje.
- Ya me lo dijo Adán.
- El destripa sorpresas, me prometió que dejaría que te lo contara yo.
- Se lo sonsaqué, ya sabes que no puede negarme nada.
- A veces creo que te quiere más que a su madre.
- Casi lo soy de los dos, pero me ha venido bien, así me da tiempo a fantasear con dónde iremos.
- Entonces te lo ha chivado para que lo organices tú.
- Pues seguramente, ya le conoces, pero le hizo ilusión. ¿Vamos a comer a su casa?
- Cuando quieras, yo ya no doy más de mí hoy, prácticamente no he hecho nada.
- Estás descentrado – dijo la mujer levantándose – acaba con esto, aprovecha la inauguración para hablar con él. Recojo mis cosas y vengo a buscarte.
- Vale – dijo Enzo con el recuerdo de Leví volviendo a su mente.
Isabel volvió a su despacho preocupada, conocía a Enzo de sobra y ya había advertido a Adán, si no daban con lo que le pasaba terminaría marchándose de nuevo a la cabaña.
Enzo se quedó pensando en su amigo, hacía varios años que le conocía y se había ganado su amistad a pulso, le había costado confiar en él tanto como en el resto de personas del mundo, pero entre todas esas personas él había confiado en Leví, a pesar de todo, porque tenía algo. Su amigo le recordaba a sí mismo, con aquel algo oculto tras su dura capa de aislamiento. Su amigo se escondía tras su niño y lo sacaba en momentos inapropiados.
Después recordó a Ester, todo había empezado más de un año y medio antes. La conoció en un bar, le gustó, tontearon un rato y terminaron en su casa, teniendo sexo salvaje. Tras aquella noche, un día de cada dos semanas, visitaba a la chica, pasaba un rato con ella y se marchaba a casa, Enzo nunca la invitó a la suya y ella se había quejado de la situación más de una vez. Llevaba cuatro meses con ella cuando todo comenzó a cambiar. A veces la notaba entregada a lo que habían acordado tener, otras la notaba distante y otras totalmente enamorada.
Seis meses después de comenzar con ella fue a verla para hablar. Sabía que Ester quería más de lo que él podía darle y debía darle la oportunidad de decidir sabiendo a qué se enfrentaba. Salió de aquella casa con el corazón roto por la ruptura, le había hecho daño y se sentía mal por ello, tendría que aprender a determinar cuando había llegado el momento de dejar a la amante de turno sin hacerle daño, porque no quería volver a tener que quitarse las ganas con cualquiera y terminar teniendo mal sexo.
Dos días después de dejarle Ester le llamó, según ella había comprendido lo que había entre ellos y de momento no lo quería perder. Él aceptó y la dejó hacer, ella volvió totalmente convencida de que se le pasaría y unos meses después se le pasó.
Enzo sabía que veía a otro chico a la vez que él, pero no le importaba. A veces la veía feliz y se sentía celoso porque sabía que no era él quien había provocado aquella felicidad; pensaba que le gustaría hacerla feliz, pero mientras no pudiera entregarse totalmente a otra persona, era una tontería intentarlo.
Unos meses después le preguntó y ella se lo contó todo, hacía tres meses que veía a otro y al parecer el chico sabía que ella había estado viéndole, pero no sabía que tenían sexo. Le había contado que era una relación inacabada y que se veían de vez en cuando para ir soltando lastre y el chico le había dicho que estaba dispuesto a esperarla. Cuando ella dijo el nombre de aquel chico Enzo creyó alucinar ¿Por qué Leví no le había dicho nada?
Aquel día decidió que ya no vería más a Ester, ella aceptó. Enzo pensó que tal vez Leví no la había relacionado con él, lo mejor era preguntarle y ser sincero con él.
Recordar a Ester le llevó al día que fue a hablar con Leví. Estaba totalmente convencido de que era él quien debía pedirle perdón, si ella no le había contado que se acostaban no se lo diría, pero debía decirle que era a él a quien veía.
Se plantó en casa de su amigo, soltó su discurso, le pidió disculpas y le prometió que todo lo que había con ella se había terminado para siempre.
Por un momento Leví pensó que lo mejor era aceptar la versión de Enzo y zanjar aquel tema de una vez, pero cuando vio el gesto de su amigo comprendió que lo mejor era ser sincero.
Leví conoció a Ester en un bar y había pasado varias horas allí con ella y sus amigas, terminó acompañándolas hasta casi la hora de la cena y se marchó a su casa. Se había pasado casi todo el tiempo hablando con ella, le gustaba, era guapa y simpática. Cuando se despidió de ella decidió correr el riesgo y le pidió su número de teléfono, se sintió tremendamente feliz cuando ella se lo dio y le pidió que le hiciera una llamada perdida para guardar su teléfono.
La siguiente semana quedaron a comer y el fin de semana ella le invitó a ir a su casa. Cuando llegó a la habitación de la chica y vio la figura que había sobre la mesita comprendió quién era, pero no le importó, era ella quien tenía que elegir y estaba dispuesto a aceptar su decisión.
Enzo alucinó cuando comprendió que su amigo llevaba más de tres meses saliendo con ella y no le había dicho nada. Leví sabía desde el principio quién era Ester y ni siquiera se lo había contado, ni le había preguntado qué sentía él por Ester. Nada. Cuando Enzo le preguntó por qué no se lo había contado Leví le dijo que durante mucho tiempo no había tenido claro lo que quería de ella y que por eso había obviado el tema, por evitar la confrontación; cuando descubrió que quería estar con ella le había dado miedo, tanto por él, como de perderla.
Enzo no supo comprenderlo, para él aquella mentira era una traición, no por Ester si no por ellos mismos. Eso era lo que no le había podido perdonar, aunque su amigo insistiera en que estaba enfadado porque también la quería.
Hacía dos meses, en el aniversario de Leví y Esther, habían discutido por una tontería que terminó sacando todo cuanto tenían que reprocharse y desde entonces no habían vuelto a hablar.
Adán le echó la charla, que terminó con un “haz lo que te dé la gana, ya eres mayorcito”. Isabel le insistía más, solía darle toques de atención casi con todo y él obedecía como un buen hijo.
Conoció a Isabel con diecisiete años, entre la asistente social y la familia de acogida le habían buscado un trabajo en el que ganar lo suficiente para poder independizarse y continuar estudiando. Le habían buscado una habitación de alquiler en un piso con un estudiante más. Enzo aceptó de buena gana, era una forma de empezar a hacer su vida.
Le sorprendió que la dueña del piso también viviera allí, pero pensó que siempre tendría tiempo de buscar otro sitio donde vivir.
Aquella mujer le había mirado de forma extraña desde el primer día, tenía treinta y ocho años, la misma edad que él en aquel momento, y según le contó su compañero de piso tenía un novio o una novia a la que apenas veía.
Poco a poco Isabel se fue acercando a él, echándole mucha paciencia a la situación, procurando que el chico no se desviara del trabajo y los estudios y permaneciera centrado en labrarse un buen futuro. Hasta que, dos años después de su llegada, un día llegó a aquella casa y en cuanto entró en el salón Isabel se puso de pie mirándole, se acercó a él y le abrazó. Enzo lloró como un niño.
Cuando le notó más tranquilo le indicó que tomara asiento en el sofá y fue a la cocina mientras él se sentaba suspirando. Isabel volvió con unos vasos y una botella de agua, volvió a marcharse y regresó con unos vasos de chupito, un limón, una naranja y sal. Lo dejó todo en la mesa de centro y se acercó a uno de los muebles para sacar una botella de tequila.
Se bebieron un par de chupitos sin hablar, mirándose, intentando descubrir cómo hablar con el otro, hasta que ella rompió el silencio.
- Puedes contarme lo que quieras, cuando quieras. Sólo te escucharé, ni te juzgaré ni te daré mi opinión si no la pides, pero no puedes guardártelo todo, algún día un tropiezo de estos te hará caer en un profundo pozo, del que es muy difícil salir.
- Imagino que tú ya has estado en ese pozo – se oyó decir a la profunda voz de Enzo.
- Lo estuve, sí. Me ha costado cinco años salir de él y cuando lo conseguí me di cuenta de que lo había perdido todo.
- Tuviste que empezar de nuevo.
- Cuando comprendí lo que pasaba y decidí vivir… han sido años complicados, llenos de aventuras y situaciones y gente bonita, pero también lleno de culpas y miserias varias. Y me ha costado muchas, muchas horas de psicólogo.
- Yo soy así, aunque no quiero. No sé si me pasa algo que una buena terapia pueda arreglar o que tengo algo roto en el cerebro. También llevo muchas horas de psicólogo encima y me han ayudado mucho, el resultado es casi el mismo, un poco más pacífico que hace unos años, pero soy un capullo insensible que pasa de los demás. Tal vez soy un sociópata.
- Ya te lo habrían diagnosticado, seguro que has pedido más de una opinión.
- Cinco, diferentes sexos, edades y religiones.
- Vaya – dijo ella alucinada – entonces eres un experto en la materia.
- Algo se me ha quedado – dijo él sonriendo.
- Me gusta verte sonreír y me gusta que seamos amigos.
- Ya veremos ¿otro chupito?
A partir de ahí centraron su conversación en la psicología, de la que hablaban entre chupitos y vasos de agua. El tiempo comenzó a pasar y su relación iba cambiando según iban cumpliendo años. Enzo cumplió los diecinueve sintiéndose bien en aquella casa y con Adán como vecino de habitación. Cumplió los veinte sintiendo que de verdad Isabel y Adán eran sus amigos, sus primeros amigos de verdad. Y cumplió los veintiuno, los veintidós, los veintitrés, terminó la carrera, hizo un máster y cuando todo terminó y tanto Adán como él se enfrentaban a un nuevo cambio en el que debían madurar, decidieron hacer un viaje los tres.
En aquel viaje Isabel cambió su rol entre ellos y se convirtió en una guía, un apoyo, una conciencia, en el centro del amor incondicional. Lo vieron en sus ojos volviendo un día al hotel, los chicos bromeaban sobre lo que harían al día siguiente entre risas, con la mujer en el centro agarrando sus brazos. Ella se paró, les soltó para que se situaran juntos, les miró de frente y puso una mano en la mejilla de cada chico. No tuvo que decir nada, con aquella mirada, con la caricia en sus mejillas, lo supieron; en el beso que los dos le dieron, a la vez, aceptaron todo lo que ella podía ofrecerles y aquel gesto les convirtió en hermanos.
Enzo nunca había tenido familia, siempre había pensado que esa situación le condenaba a estar solo, pero tenía una madre y un hermano, se sintió el hombre más feliz del mundo.
La vuelta a la realidad les llevó a varias locuras con el tema laboral, pero sabían que debían tener paciencia e ir poco a poco. Con treinta años aún vivían los dos con Isabel y ninguno quería marcharse por más que ella les pedía que lo hicieran. Cuando se cansaba de ellos se iba unos días a casa de su pareja, pero siempre volvía con más ganas de sus chicos.
Todo fue casi perfecto durante cinco años, después Enzo sufrió una crisis, compró una cabaña en la sierra y se marchó.
Hacía un año que había vuelto, tras dos perdido en su propia oscuridad, y descubrió que nada había cambiado, su hermano y su madre se alegraron de su vuelta y el trabajo le estaba esperando. La única condición que le pusieron fue que si algo así se repetía tendría que tener preparado a alguien que ocupara su lugar durante el tiempo que él pasara perdido y en ello estaba, pero no estaba resultando fácil.
Se habían marcado el plazo de dos años porque querían hacer otras cosas y eso significaría que estarían menos tiempo por allí, así como nuevas responsabilidades para Enzo. Después de eso no podía dejarles tirados otra vez, pero tanta tensión estaba superándole, convirtiéndolo todo en un mal momento.
Cuando Isabel llamó a su puerta de nuevo, él ya guardaba sus cosas en el maletín y, en voz alta, le decía “voy”. Estaría bien comer en casa de Adán y ver a los niños, hacía once meses que habían nacido los gemelos.
Enzo llegó a su casa con una sensación extraña, no aguantaría los seis meses que Isabel le había pedido, al final terminaría metiendo la pata.
Llevaba dos días dándole vueltas al tema de Leví, el jueves decidió enviarle un mensaje, tomarían café para acercar posturas y de paso hablarían sobre la fiesta.
Pensaba que podía darle otra oportunidad, pero sabía que esa oportunidad no sería del todo completa y sincera, aunque todo dependía de la actitud que Leví tuviera. Podía mantenerlo en su vida, pero permanecer un poco más distante de lo habitual.
Una de las cosas que daba vueltas en su cabeza era Esther, la había observado durante meses y reconocía que no la conocía bien, pero en ocasiones dudaba de los motivos que ella tenía para estar con Leví ¿Y si se había acercado a su amigo para permanecer cerca de él? ¿Y si Esther no quería a Leví y su relación salía mal? ¿Le haría culpable su amigo de lo que ocurriera? Si realmente había sido una casualidad de la vida no tenía problema, la chica le caía bien y hasta le gustaba para su amigo, pero era incapaz de olvidar que había estado loca por él.
Después pensó en eso que Esther había creído sentir por él, probablemente la mujer se había enamorado de la idea que se había hecho sobre él. Él apenas contaba nada de su vida a nadie, no expresaba su opinión sobre nada, ni se dejaba llevar ¿De quién se había enamorado Esther si no le conocía? Siempre le había dicho que le encantaba que fuese un chico misterioso y callado ¿y si era eso lo que le gustaba y no él?
Suspiró antes de coger el teléfono y enviar el mensaje a Leví. Tecleó su texto y lo envió “Hola, si no tienes nada que hacer esta tarde podríamos tomarnos un café y hablar sobre la fiesta y otros temas”. Unos minutos después Leví le contestaba, “Hola, perfecto, nos vemos a las seis en la cafetería de siempre”.
Enzo leyó el mensaje y volvió a suspirar, llevaba toda la semana entre suspiros, intentando parar el torbellino de sus pensamientos, procurando dejar que los acontecimientos sucedieran sin más, sin meditarlos, sin controlarlos.
La mañana pasó sin sobresaltos, no tenía ganas de hacer mucho, así que se dedicó a revisar los portales donde Isabel había puesto el anuncio buscando personal. No había nada.
Fue a casa de la que era como su madre a comer para contarle que vería a Leví aquella tarde, la mujer se alegró y le pidió un poco de paciencia, pero él creía que no la tendría.
A las seis menos cinco entraba en el bar de costumbre, Leví ya estaba allí, sentado en la barra hablando con el camarero.
Siempre iban a los mismos lugares por su culpa, a él no le gustaba estar en lugares donde hubiera mucha gente y aquella cafetería era perfecta, el local era grande y les permitía tener intimidad. También debía agradecer a sus amigos que siempre se conformaran.
El camarero le vio e hizo un gesto a Leví, sabía que la cosa entre los chicos no estaba bien y le avisó para que se preparara. El joven miró hacia atrás y sonrió al ver al grandullón, suplicando mentalmente que todo se arreglara. Levantó el brazo para saludarle y asintió cuando Enzo le indicó que iba a la mesa, se volvió para pedir sus cafés al camarero y se acercó a su amigo a paso ligero.
Leví tomó asiento frente a él e intentó mantener la sonrisa, esperándose cualquier cosa. El camarero llegó con los cafés, los dejó en la mesa y Enzo lo soltó de pronto.
- ¿La quieres?
- Sí – contestó Leví desafiante.
- ¿Y ella a ti?
- Dice que sí. Siento haberte mentido y no haberte pedido disculpas cuando lo descubriste.
- Leví yo… no me importa que estés con ella, de verdad, si os va bien me alegro porque te mereces ser feliz, pero todo tiene un coste.
- Lo sé y sé que actué mal, pero he aprendido la lección, no quiero perderte Enzo, no quiero salir de vuestras vidas y sin ti pierdo lo demás. Sois un pack, no puedo enfadarme con ninguno de vosotros si no quiero perder a los demás.
- ¿Te pregunta sobre mí?
- No ¿por qué? – preguntó extrañado.
- Yo creía que estaba enamorada de mí y la dejé, ella volvió y acepté, así que temo que de alguna manera nos haya relacionado y esté contigo por mí.
- También yo lo he pensado, lo he hablado con ella y dice que es cierto que creía estar enamorada de ti, pero que comprendió que no estaba llegando donde quería contigo y después me conoció a mí, ya sabes que soy un don Juan…
- Sin bromas Leví.
- Está bien – dijo poniéndose serio – que esté conmigo por estar cerca de ti es una posibilidad, pero tendremos que descubrirlo. Sé que no la quieres y que por mucho que ella haga no tiene posibilidades, si está enamorada de mí perfecto y si está conmigo por ti… se acabará, me ayudarás a superar la ruptura y listo. No voy a permitir que una mujer nos separe.
- Ya – dijo Enzo sonriendo – dos mensajes diarios y darle la lata a Isabel lo dejan claro.
- Bueno… ya sabes cómo es.
- Bien, continuemos, pero dame tiempo, no me fiaré de ella hasta tenerlo muy claro.
- Lo sé, no hay problema.
- ¿Va a invitar a alguien a la fiesta?
- No, había pensado invitar a mi familia, pero paso ¿Son con acompañante?
- Sí.
- Entonces necesitaré dos, una para mí y Esther y otra para que ella se la de a una amiga suya. No quiero que termine aburrida y dándonos la lata, si alguna amiga va estará menos tensa.
- Entiendo, mañana te las doy. Isabel y yo iremos a comer a su casa con Adán, vente y así las recoges.
- Perfecto – dijo contento – ¿qué habéis organizado?
- Nada fuera de lo normal, recepción, discurso, brindis, fiesta y cena, pero a la cena no irá todo el mundo.
- Bueno, suficiente, si nos quedamos con ganas de más nos metemos en cualquier discoteca cercana y la liamos.
- Ya no tenemos edad ¿no?
- Que sí tonto, si nos pasamos decimos que somos un grupo de recién divorciados y nadie nos juzgará – dijo Leví divertido.
- Sin duda eres el alma de la fiesta.
- Claro amigo, tengo que compensar tu seriedad, aunque cuando te sueltas casi estás a la altura. ¿Tienes algo que hacer después?
- No, irme a casa y vaguear.
- ¿Quieres que vayamos al cine? Hay un centro comercial aquí cerca y hace una semana que quiero ver una peli.
- ¿Por qué no has ido con Esther?
- Porque es de las que te gusta y esperaba que esto sucediera antes.
- Está bien, vayamos al cine.
En cuanto se terminaron el café se marcharon al centro comercial, Enzo no tenía muchas ganas de encerrarse en un cine, pero si Leví había esperado una semana porque la película era de las que le gustaban a él… acompañarle era lo menos que podía hacer.
Cuando la película terminó los dos se sentían más relajados, decidieron pasear mientras Leví le ponía al día de sus jaleos laborales y terminaron cenando en una pizzería que encontraron en su paseo.
Enzo llegó tranquilo a su casa, sabía que aún quedaban momentos difíciles que pasar con Leví, pero mientras Esther tuviera las cosas claras podrían sacar la situación adelante. Durante un instante la cabaña llegó a su mente y desechó la idea al instante, no debía esconderse, tenía que pensar en su familia, en que se perdería las primeras veces de sus “sobrinos”, en todo lo que dejaría atrás. Era hora de tener paciencia y ser fuerte, como le habían enseñado.
Leví llegó a su casa con aquel tonto pensamiento en su mente, había hablado varias veces con Esther de aquello y ella siempre le había dicho que no sentía nada por Enzo, pero conocía el efecto que Enzo tenía sobre las mujeres y estaba claro que él no podía competir con su amigo en ciertas cuestiones. La discusión que había tenido con Enzo dos meses antes había sido precisamente por eso, él quería que Esther formara parte de la vida de su amigo como su pareja, pero Enzo no estaba dispuesto a darle la oportunidad.
En aquel momento, con la oportunidad a las puertas, sintió miedo, se estaba enamorando perdidamente de aquella chica sensata y serena y no quería perderla. Si con Enzo todo iba bien el problema estaría solucionado, si teniendo contacto entre ellos las cosas se complicaban tenía claro que la dejaría… a no ser que descubrieran que eran el uno el amor de la vida del otro, en ese caso le propondría irse lejos, lo más lejos posible de Enzo.
El joven se debatía entre una y otra idea, sin llegar nunca a ninguna conclusión. Tal vez la fiesta fuese la prueba de fuego, tanto para su relación con Enzo como para su relación con Esther.
Estaba sentado en el sofá, se incorporó un poco y buscó el teléfono móvil en la mesa, lo cogió y marcó el número de su novia.
- ¡Hola cariño! ¿Qué tal ha ido? – preguntó Esther preocupada.
- Hola cielo, bien, todo ha quedado arreglado. Mañana iré a comer con ellos a casa de Isabel, he de recoger las invitaciones a la fiesta de la semana que viene.
- ¿Iremos?
- Claro, le he pedido otra para que invites a quien quieras, así no estarás sola con nosotros.
- Gracias amor, eres un cielo.
- En realidad es porque no quiero que te aburras y termines dando la lata.
- Tonto
- Sí, un poco, pero soy tu tonto preferido.
- Sin duda – dijo ella riendo.
- La fiesta será de noche y es de etiqueta, así que ya puedes ir buscándote un vestido de fiesta asombroso que les deje a todos con la boca abierta ¿A quién invitarás?
- No sé, se lo diré a Judit y Ander.
- Vale, me acerco mañana a tu casa cuando salga de casa de Isabel.
- Como quieras, pero si te vas a liar me avisas, a veces vas a tomar café y apareces al día siguiente contando las maravillas que habéis hecho por ahí los tres.
- Bueno, ya sabes que desde que nacieron los gemelos Adán está más tranquilo, no creo que tengamos muchas juergas nocturnas.
- Da igual, os liais igual durante el día. Bueno, dame las buenas noches que ya es tarde y mañana tenemos que madrugar.
- Buenas noches amor.
- Buenas noches – contestó ella contenta.
Leví se metió en la cama satisfecho, esperando que todo saliera bien.