2007. Primavera.
Maya llegó a la revista cansada, llevaba todo el día dando vueltas por Londres siguiendo al primer ministro junto a su compañero, Ted; como siempre, cámara en mano, había hecho fotos de todo lo que veía. Estaba deseando que el día se acabara para volver a la soledad de su apartamento.
En cuanto llegó a la oficina se sentó frente a su ordenador y sacó la tarjeta de la cámara de fotos para introducirla en el lector. Al momento una pantallita se abría pidiéndole la acción a realizar. Abrió la carpeta, seleccionó las fotos del trabajo y las pegó en la carpeta compartida con la fecha de aquel día, después copió las que no eran de trabajo, las pegó en su pen drive, seleccionó todas las fotos y borró aquella memoria, devolviéndola después a la cámara.
Aún tenía que redactar su columna de la siguiente semana, pero le faltaba algo de inspiración, parecía que lo dejaba para el último momento, pero en realidad es que no sabía qué demonios escribir sobre “el anarquismo londinense del siglo XXI”. Había visitado diferentes páginas web de jóvenes anarquistas, pero estaban vacías, sin contenido sólido. Le había prometido a su redactara jefe que lo tendría el lunes a primera hora, ya era jueves y continuaba en el mismo plan. Lo único que quería en aquel momento era llegar a casa, encender su equipo portátil y revisar aquellas otras fotos hechas durante la mañana. Se pasaba horas mirando las fotos ocasionales que realizaba, observándolas, intentando que alguna de ellas le inspirara algo.
Desde pequeña le había gustado la fotografía, era su mayor entretenimiento. Hacía ya cinco años, justo el mismo año que se mudó a Londres, su padre le había regalado una súper cámara en un vano intento por acercarse a ella. Maya nunca había entendido cómo su padre se había olvidado tan rápido de su madre, tan sólo un año después de su muerte él ya andaba tonteando con Inés, hasta que tras el segundo aniversario de la muerte de su madre se casaron. Ella aguantó hasta terminar la carrera, algo que por otra parte le parecía un acto muy egoísta, y con la excusa de aprender inglés se fue a Londres un año y ya no volvió. Llamó a su padre cuando él ya la esperaba en el aeropuerto de Madrid y le comunicó que se quedaría allí indefinidamente. Nunca supo el daño que aquello causó a su padre, nunca se preocupó por saberlo. Iba a Madrid una vez al año, por Navidad, pasaba unos días con ellos y se volvía al que ella consideraba su hogar.
Llegó a su casa rendida, se paró frente a la puerta buscando las llaves en su bolso. Abrió y suspiró, empujó con el pie hasta que la hoja de la puerta se abrió por completo y buscó la llave de la luz. Miró a su alrededor, observando su pequeño salón. Todos sus muebles, excepto la cama y el armario, estaban allí. Un cómodo sofá de tres plazas, una mesa de centro de metacrilato, rectangular, de cantos redondeados y un par de pufs a juego con el sofá, todo en una esquina, junto a una gran ventana. Al otro lado una pequeña mesa cuadrada de 1,20 x 1,20 rodeada por cuatro sillas. Aquello debía tener, si acaso, unos 15 metros cuadrados. A la derecha estaba su habitación, en la que la cama parecía estar empotrada entre la pared y el armario. Se tumbó en la cama, a su derecha quedaba la ventana, a su izquierda el armario y junto a la puerta, que le quedaba de frente, una pequeña cómoda de tres cajones, ni siquiera tenía mesita de noche. Cerró los ojos un momento y se decidió a ponerse el pijama. Salió de la habitación, justo enfrente estaban la cocina y el baño y junto a la habitación, del mismo tamaño que el baño, un pequeño estudio donde tenía el ordenador, aunque un espacio tan pequeño la agobiaba de tal manera que terminó comprándose un portátil y aquel apenas lo utilizaba. Lo único que le interesaba de aquel estudio era el plotter que ocupaba casi toda la estancia, que era donde imprimía las fotos. A veces pensaba que aquella impresora era casi tan grande como la mesa del comedor. Se dirigió al frigorífico y lo abrió buscando algo con lo que alimentar su cuerpo. Por el camino ya había encendido el ordenador que descansaba esperándola sobre la mesa de centro. Cogió algo de fruta y unos panecillos de ajo y se fue a sentarse al sofá; sintió frío, así que se tapó con una manta que reposaba a un lado del asiento. Se sentía cómoda en aquella casa, pero tenía que reconocer que era demasiado fría para el tamaño que tenía.
Encajó el pen drive en una de las entradas USB del equipo y descargó las fotos. Las observó durante un rato una a una, hasta que encontró lo que buscaba, abrió su editor de texto y escribió unas líneas, le puso un título y a la foto le puso el mismo nombre, los guardó juntos en una carpeta y el resto de las fotos fueron a la carpeta de “descartadas”. Envió la foto a la impresora, la recogió en el cuartillo, la pegó sobre una cartulina doblada y a mano, en el interior de la cartulina, reprodujo el texto que acababa de escribir, poniendo la fecha. Siempre hacía lo mismo, cuando una foto le inspiraba algo escribía unas líneas sobre aquello que movía su corazón y lo manuscribía tras la foto. Cogió algo de cinta adhesiva de dos caras, la puso tras la foto e intentó buscar un hueco en un metacrilato azul traslucido enmarcado que colgaba de una pared. Ya apenas quedaba sitio y eso que media tres metros de ancho por dos de alto. Llegó a dos conclusiones, o dejaba de hacer fotos o se mudaba a un piso mayor. Al momento desechó las dos opciones, su pasión era la fotografía, por lo que dejarlo era absurdo y no podía permitirse vivir en un piso mayor, así que se paseó por allí buscando un lugar donde colocar otro trozo de metacrilato enmarcado para seguir colgando fotos.
Puso la tele mientras comía y buscó noticias. A las ocho ya estaba que se caía del sueño, así que se metió en la cama y en unos minutos ya soñaba con el corto poema que acababa de escribir.
Eve la esperaba impaciente en la puerta de la revista, sólo faltaban dos minutos para que su jornada comenzara. Ella era su jefa y su única amiga allí. Desde el primer día congeniaron, a Maya siempre le pareció una chica guapa y simpática, muy del estilo inglés, a veces un tanto estirada, pero mientras más la iba conociendo más la quería. Era rubia, alta y de piel clara. Maya sin embargo era todo lo contrario, tipical spanish, de pelo oscuro, largo y rizado, formas redondeadas, pechos turgentes, ojos marrones y piel canela, como Eve decía, tipical spanish. Para los ingleses ella estaba morena todo el año, para ella, ellos eran casi transparentes.
Recordó el sol de España en cuanto vio a su amiga, era lo que más echaba de menos de su país. Allí siempre estaba nublado y eso que era primavera, un día de sol en Londres era comparado con el día de la fiesta nacional. La gente se tiraba a la calle en cuanto podía y los parques aparecían abarrotados de repente. Le había prometido a su amiga que algún verano irían a España de vacaciones, a Eve le habían hablado muy bien de la costa del sol y estaba loca por ir. Cada vez que amanecía un soleado día la chica le recordaba su promesa, intentando que ella no tuviera intención de incumplirla, por lo que aquel verano viajarían a la costa de sol o de la luz o a la que fuera, pero española.
Aquella mañana no tendría que salir, se propuso comenzar y acabar su columna y enviársela por correo a Eve, así no le daría el coñazo el fin de semana, Maya la había invitado a dormir en su casa y no quería darle excusa alguna para pasarse el tiempo hablando de trabajo.
Antes de la hora de comer ya tenía preparada y revisada aquella absurda columna. Eve se alegró, ya pensaba que nunca lo haría.
El sábado a medio día Eve aparecía en su casa con una botella de bourbon en las manos, dispuesta a pasar el fin de semana con su amiga, Maya ya tenía la comida preparada y se sentaron a comer. Hablaron un rato de chicos, del trabajo y de si saldrían por la noche o no. Tras recoger todo lo de la comida se sentaron en el sofá y comenzaron con los chupitos de aquella bebida espirituosa, entonces Eve se fijó en el metacrilato azul traslucido de Maya, ya no había sitio en él. Se levantó y se acercó, observando todas aquellas fotografías, un momento después paraba su vista en la última que su amiga había colgado, la miró y después la abrió, leyendo aquellas palabras escritas.
“Buscar el consuelo tras los ojos de la muerte y encontrarme sin querer con la vida de una antigua sonrisa.
Tu boca, desprovista de misterios, ansiando mi boca; tu cuerpo, empachado de deseo, desafiando a mis ganas.
Y yo busco el consuelo tras el rastro de muerte de mi alma, anhelando una caricia rota por el tiempo, rememorando un viejo recuerdo ajado, atada a la prisa de mis palabras vanas.”
Eve recitó aquellas palabras como si las hubiera sentido ella misma. Se quedó un poco más mirando la bonita letra de Maya, después volvió a colgar la foto de aquel chico en su muro y se sentó a su lado. Sólo se veía desde la mitad de la frente hasta la mitad de la nariz de aquel chico, centrando la foto en aquellos ojos tristes.